¿Por qué margen de error?

Lo que importa no es tanto el error, sino el margen. O 50-50. Pero sin esa pequeña brecha, sin que nos falte un poco, no habría posibilidad de mejorar. Hay errores congénitos, que nos acompañarán toda la vida, como una "fallita" en un ojo. Pero eso no quiere decir que no veamos bien. Al contrario, nos obliga a esforzarnos por ver mejor.

Una de animales: Pez

domingo, 3 de abril de 2011

Si me hubiera preguntado qué regalo quería ese año, nunca se me hubiese ocurrido un pescado. Primero porque ya es triste llamarlo pescado. Es un pez en pasado, metido en una pecera, sin más objetivo en la vida que flotar y comer. Necesidades básicas. Muerto en vida, pobre pescado. Más que un regalo, mi hermana me había traído un problema envuelto en agua.
No quería tenerlo, no quería que fuera mío, me molestaba que su libertad dependiera ahora de mí. Empecé por bautizarlo “Pez”, al menos para darle una esperanza. “No todo está perdido, Pez”, le decía de pasada por la pecera, esperando reacciones insólitas de su parte, que nunca llegaban.
Los días se sucedían, uno tras otro,  y yo seguía sin querer a Pez en mi comedor, pero ¿qué hacer? ¿Devolverlo al acuario para que se lo vendan a otra persona? ¿Tirarlo por las cañerías que desde mi baño desembocaban en quién sabe qué destino? ¿Viajar al mar y dejarlo para que alimente a un pez más grande? Nada me parecía justo. Tenerlo, tampoco.
Solía sentarme en un sillón, sin más luz que los destellos azules de la pecera y mientras pensaba que no podría nunca acariciarlo, y que jamás iba a ver sus aletas moverse de felicidad, un día me encontró un pensamiento que me llenó de tristeza: Es imposible llorar bajo el agua.
Puede que no le interesara mover sus aletas, porque no era, de hecho, feliz;  y podía no importarle que lo acariciase, porque sabía que yo no lo quería, pero ¿llorar? Seguro alguna vez, Pez había querido llorar.
Sin dejar de rechazarlo, ni de reprocharle a mi hermana su pésimo gusto para hacer regalos, todos los días cambiaba la pecera de lugar, le agregaba accesorios y hasta un día, llegué a escribirle una especie de poema:

Es un placer verte dormir, parece que siguieras despierto.
Me da esperanza verte dormir y pensar
que todo es un sueño,
que aún con los ojos abiertos, puedo soñar,
es un placer, querido Pez.

Una tarde, volviendo del trabajo, pasé por el acuario y habiéndolo decidido sin darme cuenta, salí con una bolsita llena de agua. Adentro, una compañera para Pez. Mi sonrisa era más grande que el paquete que llevaba en las manos, como si hubiera vuelto a ser niña y esta vez sí, eligiese mi regalo.
Entré al departamento corriendo, y dejando la puerta abierta, fui a presentarle a Pez a su nueva amiga. Quizá, en mi corazón, siguiera esperando aquellas reacciones imposibles, puede que pensara que ahora sí, Pez iba a ser realmente feliz. No lo sabía entonces, y no lo sé ahora. Lo que sé, es que no esperaba encontrar a Pez  flotando boca arriba en su pecera, sin vida. Recuerdo haber desandado el camino que me separaba del acuario para devolver aquel regalo que me había hecho, y que ya no tenía sentido. Recuerdo haber mirado, quién sabe por cuánto tiempo, la vidriera llena de agua mientras pensaba que si estuviera con ellos ahí dentro, mis lágrimas de entonces, hubieran resultado imposibles.

0 huellas en este camino:

Publicar un comentario