¿Por qué margen de error?

Lo que importa no es tanto el error, sino el margen. O 50-50. Pero sin esa pequeña brecha, sin que nos falte un poco, no habría posibilidad de mejorar. Hay errores congénitos, que nos acompañarán toda la vida, como una "fallita" en un ojo. Pero eso no quiere decir que no veamos bien. Al contrario, nos obliga a esforzarnos por ver mejor.

Cristina.

domingo, 3 de abril de 2011

...una mujer se agarra la cabeza entre ambas manos, como si se le fuera a caer, como si ya no quisiese escuchar las gotas que caen sobre el aire acondicionado del departamento de abajo; está lloviendo. Pero no, no es eso lo que le pasa. Es que su cabeza le pesa, por los miles de sueños frustrados que lleva dentro. Si el plano se abriera un poco, veríamos que frente a ella se erige, inmortal, una máquina de escribir de los años cincuenta. Ella quiere ser escritora, pero asimismo, sabe que nunca lo será. Y eso le pesa, claro. Le pesa porque en lugar de estar escribiendo, se lamenta. De la inspiración que nunca llega, del libro que no termina porque no lo empieza, del blog inconcluso, de los proyectos truncados, en fin…le pesa la escritora que siente que está muriendo dentro de ella.
En el piso de abajo, el del aire acondicionado, una pareja tiene sexo frenéticamente, sin pensar en el mañana, ni en los sueños frustrados. No pueden pensar, porque claro, si pensaran, su libido se iría automáticamente de vacaciones, hasta nuevo aviso. No pueden pensar porque ella,  Norma, es casada y está engañando a su marido que viajó por negocios. Él no puede pensar porque es demasiado joven para eso. Joaquín, además, es alumno de Norma, por lo tanto pensar, sería equivocado, se lo mire por donde se lo mire.
Lo que Norma no sabe, y mejor que no sepa, es que su marido está mucho más cerca de lo que ella cree, y en realidad, ese viaje de negocios, era una gira por la ciudad, la misma ciudad en la que llueve, en la que una escritora muere dentro de una mujer…para volver a ser adolescente, como si un instinto le dijera que eso es lo que necesita su esposa. Pedro, el marido de Norma, se reencontró con amigos del secundario gracias a Facebook, y ahora, mientras su esposa grita de placer en brazos de un alumno de 17 años, está bajo los efectos de una planta alucinógena, bailando al ritmo de la música electrónica en un sótano de Buenos Aires. No está gimiendo de placer, pero no le falta mucho.

Todo pasa tan cerca…y sin embargo, Cristina no puede encontrar la inspiración…cree que el mundo ha dejado de girar mientras ella perseguía quimeras adolescentes…No puede soltar su cabeza, pero ahora no sólo la sostiene, sino que la presiona con las palmas de sus manos.
Las horas pasan rápido, los cigarrillos se agolpan en un cenicero que nunca se vacía. Cristina se ve frente a su máquina de escribir y el papel blanco, virgen, que tanto miedo le da. No salieron de sus dedos las palabras, porque sus dedos no se movieron de su cabeza en toda la noche. Y la noche se terminó. Otra noche más. La botella de Whisky justifica el dolor de cabeza, está bien que la sostenga entre sus manos. Pero no, se dice…no voy a pasar otra noche más así. Ni un día más, ni un minuto más. Coloca sus manos en la máquina, por fin va a empezar a escribir…pero sus manos no le responden y toman con fuerza la máquina por la base, se hunden los dedos en el frente hueco, sienten las teclas, las manos intentan agarrarla con más fuerza porque el peso hace que sus muñecas se venzan y la máquina se estrelle contra el suelo, despidiendo rollos de cinta y provocando un estruendo.

En el piso de abajo, Joaquín sobresaltado, pregunta a Norma si escuchó ese ruido, justo cuando las chapas del aire acondicionado traen el ruido mucho más cerca, y un grito, que baja…un grito que queda en el aire por un segundo, y se pierde…

Sirenas, policías, gritos, corridas. En la calle, un hombre con la cabeza destrozada por una máquina de escribir justo, estuvo a unos segundos de abrir la puerta de su casa y dormir con su mujer, porque la extrañaba. Le diría que el viaje había tenido algunas complicaciones y que alguna reunión había sido suspendida. Sólo quería acostarse junto a ella, y sentir el calor de su respiración en su cuello, como lo sintió los últimos veinte años. Junto a él, muere una escritora con todas sus historias dentro de ella, que jamás dejó salir. Se llamaba Cristina.

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