¿Por qué margen de error?

Lo que importa no es tanto el error, sino el margen. O 50-50. Pero sin esa pequeña brecha, sin que nos falte un poco, no habría posibilidad de mejorar. Hay errores congénitos, que nos acompañarán toda la vida, como una "fallita" en un ojo. Pero eso no quiere decir que no veamos bien. Al contrario, nos obliga a esforzarnos por ver mejor.

Galatea

domingo, 3 de abril de 2011
Ya no es una, sino muchas, que son la misma. Es el cielo, es el mar, el principio y el fin, el instante. Se rompe en mil partes para formarse nuevamente. Se desarma, se articula diferente.
De la comisura de sus labios, comienza, con un suave gemido que es como un canto, su transformación; y su cara parece entonces un espejo de agua donde todo puede ser reflejado, todo puede ser visto a trasluz. Su cuerpo entero, el de Gala, se estremece por completo al ser tocado. Comienza por la punta de los pies, con un beso, suave. Suben por sus piernas unas manos, una…dos…quién sabe cuántas siente, quién sabe cuántas son, manos que la envuelven, mientras una lengua húmeda le recorre el abdomen. Su boca se humedece también, lo puedo sentir, y en su cabeza, ya no hay sino fragmentos, donde todo puede ser…Donde todo parece posible, aunque nada parezca real. En los ojos, mechones de pelo, del pelo de alguno de los dos. Su cuello ya no existe y ahora está formado por esas mismas manos que hace rato subían por sus piernas. Sus hombros aún sienten la tela que segundos antes los vestían y que ahora corre por sus brazos, en picada, apurada. Esa tela que quiere dejar libre su cuerpo para que estalle en círculos, en esferas, en átomos, para que pueda dividirse para sentir mejor.
Ya no hay ayer, ni mañana, ni siquiera hoy. Hay sólo este preciso momento en el que todo aparenta, en el que las cosas que son, dejan de ser y empiezan a parecer. Ese momento en el que no hay certeza ni razón. Ese, en el que no hay materia, sólo hay pasión. No hay ya dos cuerpos sino uno, no se distinguen piernas de brazos, bocas, ojos ni pómulos. Gala, ya no existe y con su respiración, entrecortada, fragmentada en mil partes, detiene el tiempo en ese instante para que todo se congele. Para permanecer y perdurar. Para que pueda cerrar sus ojos (sí, los tiene todavía) para ver mejor, para no perderse nada. Igual que yo.
Y la miro a Gala, pero ella no me devuelve la mirada. Ella, la que está ahí, en realidad no está. No me puede ver, ni parece interesarle, no pertenezco a su abanico de placeres. Ella es perpetua, es eterna en un instante excesivamente terrenal. Yo, un simple mortal, la admiro con la abstracción de la eternidad. Nuestros cuerpos se fusionan ahora.  Ella se desarma en esferas para dejar de ser cuerpo y pasar a ser pura energía, que girando en su propio campo magnético se descontractura en un instante mágico y sigue girando, hasta volver a su lugar, cuando sus labios, por fin, se cierren otra vez. ¿Y yo? ...yo, me desarmo con ella.

 

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