Me pregunto si vale llorar, porque ganas no me faltan. Yo, que soy ahora esta yo que escribe, soy esa misma que ahí era tan chiquita.
Siempre me dio miedo la línea A. Bah, siempre no. Antes. Ahora angustia. Sin duda era domingo, tan café con leche diría Cortázar. Yo sólo puedo decir tan Plaza de Mayo, ese olor inexplicable a madera, rieles, transpiración, días y días de esa cinta de Moebius, pero detenida por el domingo. Ese olor a olor detenido en el tiempo. Los domingos con papá tenían siempre un sabor diferente, no importaba qué había en la heladera; el resultado era un manjar. Pastas, pan caliente, salsas con sabor a Italia. La familia unida es una mentira, pero cómo nos gustaba mantenerla, jugarla, representar ese rol que era el deber ser. La mamá, la familia tipo, la hermana mayor que huye siempre hacia adelante, yo sola en un subte que prende y apaga sus luces.
Los domingos empezaban siempre con Mochín Marafiotti. El auto de papá era una catramina, una cafetera y él, un chofer al que le pedía que apure su motor. Será por eso que cuando íbamos a la plaza, me llevaba en subte. Nunca le dije que tenía miedo. Siempre ser valiente, sí, papá, me encanta el subte y no tengo miedo si me das tu mano.
Tener miedo era un pequeño precio que había que pagar por pasar una tarde con papá.
Siempre me dio miedo la línea A. Bah, siempre no. Antes. Ahora angustia. Sin duda era domingo, tan café con leche diría Cortázar. Yo sólo puedo decir tan Plaza de Mayo, ese olor inexplicable a madera, rieles, transpiración, días y días de esa cinta de Moebius, pero detenida por el domingo. Ese olor a olor detenido en el tiempo. Los domingos con papá tenían siempre un sabor diferente, no importaba qué había en la heladera; el resultado era un manjar. Pastas, pan caliente, salsas con sabor a Italia. La familia unida es una mentira, pero cómo nos gustaba mantenerla, jugarla, representar ese rol que era el deber ser. La mamá, la familia tipo, la hermana mayor que huye siempre hacia adelante, yo sola en un subte que prende y apaga sus luces.
Los domingos empezaban siempre con Mochín Marafiotti. El auto de papá era una catramina, una cafetera y él, un chofer al que le pedía que apure su motor. Será por eso que cuando íbamos a la plaza, me llevaba en subte. Nunca le dije que tenía miedo. Siempre ser valiente, sí, papá, me encanta el subte y no tengo miedo si me das tu mano.
Tener miedo era un pequeño precio que había que pagar por pasar una tarde con papá.
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